martes, 24 de febrero de 2009

Formación de usuarios: Las preguntas de Ramoncín

Uno de los principales conocimientos que requiere un alumno para poder moverse en el espacio de la biblioteca consiste en entender cuál es su ordenación y a qué corresponde. Entender que la biblioteca tiene una ordenación propia no resulta difícil, puesto que todos sabemos que las cosas, los objetos, hay que ordenarlos de alguna manera para evitar el caos.

Hay cosas que se ordenan según tamaños, según soportes físicos, según utilidades... y, en el caso de los documentos, según materias, que se representan con unas cifras. Este concepto, se puede introducir de manera simple, utilizando una narración.

El cuento que hemos trabajado en la biblioteca está destinado a niños de ciclo inicial y tiene por objetivo presentar, de una manera comprensible y significativa para los alumnos, la distinta función de los dos grandes grupos de libros: obras de ficción y obras de conocimiento y su particular ubicación en el espacio de la biblioteca.


La clase de 2º A, tras haber trabajado el cuento "Las preguntas de Ramoncín"*(de Mercè Maure), ha estado investigando sobre el tema de los delfines en enciclopedias, diccionarios, internet...

Aprovechando el haz de luz que proyecta el "cañón" hemos visto la transparencia de un delfín. Eso ha gustado mucho a nuestros alumnos y alumnas. Después hemos visto un vídeo del nacimiento de un delfín que ha sido el colofón de la actividad. Ese vídeo está aquí a vuestra disposición.



(*) Las preguntas de Ramoncín o cómo están ordenados los libros en la biblioteca.

Las preguntas de Ramoncín, de Mercè Maure


Ramoncín tenía seis años y un gran amor a los delfines. Se pasaba el día dibujando delfines: delfines que nadaban, delfines que saltaban por encima del agua, delfines que jugaban a la pelota.... Como los delfines le interesaban tanto, hablaba de ellos continuamente.
A su madre, mientras tendía la ropa:
—­Mamá, ¿tú sabes cuántos años viven los delfines? —preguntaba Ramoncín.
—­ ¡Ay, hijo! Ahora no lo sé. Luego, en cuanto tenga un momento, lo miramos en la enciclopedia, a ver si está
También lo intentaba con su padre, que freía el pescado:
­ —Papá, ¿cómo es que los delfines hablan? ¿Y cómo lo hacen? ¿Como nosotros? —preguntaba Ramoncín.
­—No, Ramoncín, como nosotros no. Es otro lenguaje, con sonidos. Anda, sal de la cocina que no te salpique el aceite. Después, en cuanto tenga un momento, lo miramos en el libro de animales que tenemos, a ver si está.
Y Ramoncín salía de la cocina y se sentaba a escribir una lista de preguntas sin respuesta. Ni el padre ni la madre tenían un momento para ayudarle a saber qué decían los libros sobre los delfines.
Ramoncín tenía una tía que lo quería mucho, la tía Rosalía. Cuando Ramoncín cumplió siete años, la tía Rosalía le hizo un regalo.
­ —Felicidades, Ramoncín! —dijo la tía Rosalía—. Te he traído un libro de delfines.
— ¡Un libro de delfines! ¡Yuuppii! —exclamó Ramoncín—. Muchas gracias, tía, me encanta.
Y se fue a su habitación a leérselo de cabo a rabo. El libro se titulaba El delfín Berlín. Era la historia de un delfín llamado Berlín muy amigo de un niño; el niño le ayudaba a encontrar a su madre porque el delfín se había perdido. Era una historia muy bonita.
Pero Ramoncín cogió su lista de preguntas sobre los delfines y resultó que el libro de la tía Rosalía no respondía ninguna.
«­Los libros no sirven para nada —pensó—. No explican las cosas que me interesan. ¡Qué birria!»
Y, muy enfadado, tiró el libro al suelo. Entonces se oyó una vocecita que gritaba:
­—¡Ay, ay! Tú, chico, ¿qué te has creído?
La vocecita salía del libro. Ramoncín lo abrió; era Berlín que hablaba:
­—¡Me has hecho daño! ¡Qué manera de tratar los libros es esta! Me has dañado la cubierta. ¡Un poco más de respeto a mi libro, por favor! Es mi casa este libro.
—Lo siento, yo no creía que... —intentó excusarse Ramoncín
­—No importa, ya está hecho —respondió el delfín—. ¿Pero se puede saber a qué viene tanto mal humor? ¿Por qué estabas tan enfadado con mi libro?
—­Perdóname; me he enfadado porque en tu libro no salen las cosas que yo quiero saber.
­—¡Ah! ¿Así que no te ha interesado mi historia?
­—No es eso.
­—¿No te gustan los dibujos? ¿Te parezco feo?
­—No, no —dijo Ramoncín—, me pareces muy mono. Pero tu libro no explica lo que yo quiero saber de los delfines.
Y le leyó su lista de preguntas de cabo a rabo. Berlín después de escucharle le dijo:
—Lo comprendo. Estas cosas no se explican en mi libro porque no hace falta. Pero no digas que los libros no sirven para nada: lo que pasa es que te has equivocado de libro.
­—¿Qué quieres decir?
­—Mira, hay libros que explican historias inventadas, como el mío; y hay otros que explican cosas de verdad: son los que sirven para saber cosas.
­—¿Y qué libros son esos? ¿Dónde están? —preguntó Ramoncín.
—Mañana, al salir del colegio, vete a la biblioteca. Mira entre los libros que tienen un adhesivo de color azul en el lomo; seguro que allí encontrarás a alguien de mi familia que podrá ayudarte. Dile que te mando yo.
Al día siguiente, Ramoncín se fue a la biblioteca. Había libros con adhesivos de distintos colores: amarillo, verde, rojo y azul. Ramoncín se puso a buscar entre los títulos, cuando dio con la ballena Lena.
—­Vengo de parte de Berlín —dijo Ramoncín.
—­¡Vaya, mi primo! ¡Me alegro! —exclamó Lena muy contenta—. ¿Qué hace? ¿Cómo está?
—­Muy bien. Me ha dicho que aquí en la biblioteca me ayudaríais a encontrar libros que explican las cosas.
­—Claro que sí. Dime qué cosas quieres saber.
­—Quiero saberlo todo de los delfines.
—Esto es muy fácil —dijo Lena—. Ve a los libros que tienen números en el lomo y busca entre los del 59. Allí encontrarás los que hablan de delfines.
Ramoncín empezó a mirar los estantes hasta que encontró un cartel donde ponía: «59. ANIMALES». Todos los libros de aquel estante tenían escrito en el lomo una cifra que empezaba por 59. ¡Serían los libros que había dicho Lena!
No le costó mucho dar con un libro de delfines.
­«¡Ya lo tengo!», pensó.
Se sentó y empezó a mirar: era un libro con dibujos y fotos que explicaba todas, todas las cosas que Ramoncín quería saber. Aquella tarde Ramoncín se la pasó leyendo en la biblioteca. Cuando terminó, junto a la lista de preguntas, tenía otra de respuestas.

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